viernes, 18 de abril de 2008

Tedesco responsabiliza a los padres por la violencia de los chicos

Las escuelas y los docentes siempre somos el chivo expiatorio de la sociedad que no puede hacerse cargo de la violencia que ella ejerce sobre sí misma. Es interesante leer esta entrevista que se le realiza al Ministro de Educación de la Nación, Juan Carlos Tedesco, publicada el 9 de abril de 2008 en el diario La Nación.
El ministro pide que les pongan límites

La seguidilla de episodios de violencia juvenil en las escuelas, incrementada en las últimas horas con nuevos casos en San Isidro, Entre Ríos y Tucumán, enciende una luz de alarma en las aulas.

Pero para el ministro de Educación, Juan Carlos Tedesco, la raíz del problema no está en los colegios y tampoco en los chicos. La responsabilidad es de los adultos y, principalmente, de los padres, dijo ayer en una entrevista con LA NACION.

“¿Dónde aprenden los chicos estas conductas? ¿Quién se las está enseñando? No es la escuela ni son los maestros”, advirtió Tedesco, de 63 años y con larga experiencia en organismos de la Unesco. Fundamentó su opinión en que los chicos conviven en una sociedad con un clima que favorece la permisividad y el hábito de no respetar la norma.

“No se le puede transferir a la escuela la responsabilidad de resolver problemas que ella no genera”, afirmó, al describir las imágenes cada vez más frecuentes de chicos que van armados al colegio, grupos que se golpean ferozmente y hasta el caso de un adolescente que acuchilló a un compañero en clase.

Los habituales cortes de calles y de rutas, la violencia policial, la discriminación en los boliches y las animaciones de los juegos electrónicos, muchos de los cuales invitan literalmente a eliminar al otro, son el paisaje cotidiano que rodean estos episodios de violencia que se viven en las aulas y en los alrededores de las escuelas.

"No hay recetas mágicas", advirtió el ministro de Educación. Pero estimó que para atender el nuevo fenómeno de la violencia en los colegios hay que fortalecer la capacidad de los maestros para detectar síntomas que puedan derivar en episodios de violencia y pedir a los padres que se animen a poner límites.

"Los adultos estamos perdiendo nuestra calidad de adultos. Hay un problema en la relación con la juventud. Hoy todos queremos ser jóvenes y la sociedad tiende a perder esa distinción entre joven y adulto", precisó Tedesco, que desde diciembre último integra el gabinete de Cristina Kirchner.

-¿Crecieron los episodios de violencia en la escuela?

-Es difícil saber si hay un recrudecimiento. En estos días aparecieron muchos fenómenos de violencia escolar, pero tienen características muy diferentes entre sí. Hay una tendencia a poner en una misma categoría episodios propios de violencia escolar, como la agresión de un chico a la maestra, y otros que no lo son, como cuando dos chicos se pelean por una novia a 15 cuadras de distancia del colegio. Hay que hacer distinciones, porque cada caso tiene causas distintas y requieren estrategias diferentes.

-¿La situación le preocupa?

-Nos preocupa mucho todo lo que está pasando. Pero primero debemos preguntarnos: ¿dónde aprenden los chicos estas conductas? ¿Quién les está enseñando? No es la escuela ni los maestros. No es en la escuela donde se aprende a resolver los conflictos por la vía violenta ni donde se enseñan formas de agresión. Tampoco son los maestros los que enseñan estas cosas

-¿Dónde las aprenden?

-Hay que comenzar a identificar ámbitos de enseñanza y aprendizaje de esas conductas violentas. Y puede ser desde los medios de comunicación y los jueguitos electrónicos hasta el propio ámbito familiar y el barrio. Son muy frecuentes, en algunos casos, los fenómenos de maltrato infantil. En la escuela se enseña a resolver los problemas en forma pacífica, se practica la convivencia, se enseña a manejar la lengua y el diálogo. Quizá no lo estemos haciendo con la intensidad, profundidad y eficacia que la realidad requiere.

-¿Hay fallas en la escuela?

-Más que hablar de fallas, tenemos necesidad de incrementar las acciones de prevención de la violencia. Necesitamos fortalecer la capacidad de los maestros para resolver estos problemas. Muchos de ellos no están formados para esta tarea. Tenemos el Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas, que atiende cuatro programas, destinados a la convivencia y mediación escolar y a garantizar los derechos de los niños y los adolescentes.

-¿Con qué resultados?

-Está haciendo estudios, investigaciones. Todos los datos, al igual que otros informes, coinciden en que en su gran mayoría los alumnos viven en la escuela un clima de paz, de convivencia y buenas relaciones. Los fenómenos de violencia más frecuentes son los casos de hostigamiento, mala conducta, agresiones, burlas a un compañero, robos y destrozos de útiles. Los que llegan a situaciones de verdadera violencia son de escasa magnitud. No llegan al 3% de las escuelas del país.

-¿Hay registros?

-Muchos se basan en los informes que publican los diarios. En la Universidad de San Andrés midieron los episodios que registraron los diarios entre 1997 y 2001 y concluyeron que hubo 108 casos. Es un fenómeno marginal, si se tiene en cuenta que el sistema educativo argentino tiene 42.000 escuelas y millones de alumnos. No hay que crear la sensación de que estamos en un fenómeno masivo de universalización de la violencia.

-¿Por qué considera que el tratamiento del tema en los medios es perjudicial?

-A veces la excesiva mediatización de estos fenómenos impide un tratamiento educativo y pedagógico del problema. En muchos casos hay afán por salir en los medios. Las situaciones exigen tratar estos temas desde la discreción y el anonimato.

-¿En qué falla el Estado y en qué fallan los padres?

-No hay que analizar el tema en esos términos. Si hay un padre ausente, más que una falla es un fenómeno social. Si hay una falla es en la prevención, en no detectar anticipadamente síntomas que pueden llevar a fenómenos de violencia. Hay que fortalecer radares, la capacidad de observación y de hacer diagnósticos preventivos.

-¿Quiénes son responsables de atender esos síntomas?

-En la escuela, los docentes, los directivos, el personal especializado. Desde otro lado, los padres también pueden apreciar conductas en sus hijos que puedan anticipar el fenómeno. A eso suma la necesidad de fortalecer el vínculo escuela-familia.

-¿Hoy está deteriorado?

-En algunos casos sí está debilitado; en otros, no. Hay contextos sociales y culturales distintos.

-¿Los padres se han desentendido de esa tarea?

-Hay un problema de los adultos en su relación con los jóvenes. Estamos perdiendo nuestra calidad de adultos. Hoy todos queremos ser jóvenes y se tiende a perder esa distinción entre joven y adulto.

-¿Cuál es la consecuencia?

-Eso hace que la permisividad, que existe, se convierta en muchos casos en abandono. La permisividad consiste en que yo no me hago cargo del otro. Y a veces hacerse cargo significa decir no. Muchos adultos interpretan que decir no y poner límites es ejercer un nivel de represión y autoritarismo negativo. Y en muchos casos es todo lo contrario. Decir no es un límite de protección, basado en el cariño y en el afecto.

-¿Eso es exclusiva responsabilidad de los padres?

-Uno lo ve en la TV, en los modelos que muestra. La distinción entre el joven y el adulto no existe. Hay un fenómeno de la juvenilización de la cultura, que no es muy bueno. Afecta a la escuela, la relación del maestro con el alumno, particularmente en los colegios secundarios.

-¿Antes la escuela tenía resultados más efectivos?

-Había menos problemas y menos necesidad de enseñar estas cosas. Además, ahora todo chico de 3 a 17 años está en la escuela y cualquier cosa que le pase tiene que ver con su condición de estudiante. Muchos de estos fenómenos afectaban antes a chicos que no estaban en la escuela. Hoy los tenemos a todos dentro del aula.

-De todos modos, los episodios de violencia escolar se dan en sectores de clase media, que siempre estuvieron incorporados a la escuela.

-Efectivamente. El fenómeno no tiene un corte socioeconómico. Afecta a todos. Hace cuarenta años no era un objetivo de la educación el aprender a convivir. Hoy es una fuerte demanda que se hace a la escuela porque la sociedad no encuentra formas de cohesión social.

-¿Los maestros están preparados para atender esta problemática?

-No podemos generalizar. Algunos sí, otros no. Estamos trabajando activamente en programas de convivencia y mediación escolar para atender este fenómeno nuevo. Debemos trabajar para fortalecer la capacidad de diagnóstico y observación del maestro. Y, a partir de estos casos, el equipo escolar decide los pasos por seguir. A veces se puede requerir la presencia de un profesional o un especialista.

-¿Los maestros tienen instrucciones para actuar en estos casos?

-Están los códigos de convivencia, que son el marco institucional que rige estos procedimientos. Cuando el Consejo de Convivencia es superado, intervienen el supervisor y la línea jerárquica de cada jurisdicción provincial.

-¿Influye en la seguidilla de casos el clima de enfrentamiento que a veces se percibe en la sociedad?

-Los chicos aprenden cuando observan, participan y viven experiencias de agresión en la sociedad. No hay mejor radiografía de lo que es la violencia escolar que observar lo que pasa a la salida de una escuela, cuando los padres, los adultos, no respetan abiertamente nada: estacionan en cualquier parte, detienen el tránsito, pasan por encima de cualquiera para retirar a su hijo. Es un ejemplo del clima de falta de respeto a la norma que existe en nuestra sociedad. Y eso enseña mucho más que una clase de convivencia o un manual. Hay un clima general de no respetar la norma.

-Es el mismo clima que se vive con las protestas de los piqueteros y el reciente conflicto con el campo.

-Por supuesto. Y no es un problema argentino. Los fenómenos de violencia en países desarrollados son de una magnitud que nosotros no conocemos. En Estados Unidos, donde todo el mundo está armado, cada vez que hay problemas de este tipo mueren 15 o 20 chicos.

-Pero acá no estamos lejos. Hay casos de alumnos que van a la escuela con armas.

-Efectivamente. ¿De dónde salen esas armas? ¿Quién le enseña a ese chico a manejar un arma? No fue la escuela. No fue el maestro. Eso lo aprendió el chico en su casa o en la calle.

-Al centrar usted la responsabilidad de los adultos, ¿incluye a los docentes?

-Sí, pero a veces el docente es el que está más obligado a jugar el papel de adulto. Y en muchos casos se ha constatado que los padres prefieren aliarse con sus hijos en contra de los docentes. Cada vez que un maestro se pone más exigente y trata de cumplir con su papel de un modo más estricto se produce este nuevo fenómeno, contrario a lo que ocurría en el pasado, cuando había una alianza entre la escuela y la familia.

-¿El Estado actúa en esos casos para respaldar al docente o en los últimos años se ha relajado esa conducta?

-El Estado siempre ha respaldado posturas que se basan en un criterio educativo. Recientemente, cuando la directora de una escuela de La Plata sancionó con tres días de suspensión a un chico y hubo una especie de clamor de la comunidad para que lo expulsaran, nosotros actuamos. Y estamos para educar. Nuestra función es educar, y si yo lo expulso pierdo la posibilidad de educar. No quiere decir que no tiene que haber sanciones. Pero la sanción es una etapa de un proceso educativo. No puede ser la etapa final, en la que sanciono al alumno, lo echo y se acabó. Salvando las distancias, es como si un hospital decide expulsar a un paciente que resiste un tratamiento porque no lo puede curar. La escuela tiene que agotar todas las instancias. Puede decidir ponerlo en otro lugar o tomar la medida que aconseje la situación. Pero de ningún modo llevar al extremo de romper el vínculo, porque ahí ya no puedo seguir cumpliendo con la misión educativa.

-¿Qué medidas concretas hay que instrumentar para detener la creciente ola de episodios de violencia?

-A mediano y largo plazo debemos fortalecer la enseñanza de la lengua. La escuela tiene que aumentar significativamente las experiencias que favorecen el diálogo. Para dialogar hay que manejar el lenguaje. Yo puedo expresar lo que siento a través del lenguaje. Hay una asociación muy fuerte entre violencia y lenguaje. Cuando el uso del lenguaje se agota se apela a la acción directa. Hay que favorecer las conductas de diálogo, que son la mejor manera de resolver los conflictos por vías no violentas. Conflictos va a haber y habrá siempre. Eso forma parte de la naturaleza humana y las relaciones sociales. Lo que debemos evitar es que el conflicto termine en agresión, en querer eliminar al otro. Por eso es muy importante que la escuela coloque la idea de aprender a vivir juntos como pilar fundamental de su trabajo. Hoy es más necesario que nunca.

Por Mariano de Vedia
De la Redacción de LA NACION

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